Dicen que la extravagancia y el lujo no conoce de límites. Y la unidad que ha llevado Rolls-Royce al Salón de Ginebra podríamos decir que es el ejemplo perfecto de ello, puesto que su carrocería ha sido pintada nada menos que con 1.000 diamantes pulverizados a petición de un cliente que así lo ha querido. No nos imaginamos lo doloroso que tiene que ser ya no hacerle un rascón, sino que simplemente un chinazo impacte sobre la carrocería circulando por la carretera.
Exponiendo esta unidad en el salón -previo permiso del cliente-, lo que consigue Rolls-Royce es demostrar al mundo y a sus futuros clientes de lo que son capaces sus artesanos de Goodwood: cumplir prácticamente cualquier demanda y exigencia que les realicen a la hora de adquirir una unidad.
Sin embargo, en este caso particular, como te podrás imaginar, no ha sido nada sencillo de llevar a cabo las peticiones del cliente: los especialistas de la marca estuvieron dos meses trabajando duro, examinando en primera instancia los diamantes con microscopios y así poder analizar cómo respondían ante la luz, en términos de luminosidad, reflexión y contraste y seleccionándolos a fin de poder finalmente lograr el polvo de diamantes que se incorporara a la pintura. Tras eso, llegó una capa de barniz para proteger a lar partículas de desprendimientos y lograr el acabado final.
El interior también ha sido personalizado con unos asientos en tapicería ‘negro Tuxedo’ y gris a contraste, con un reloj Bespoke para poner el broche de oro final a este curioso encargo.